Los rituales funerarios en el Antiguo Egipto



Mascara mortuoria del faraón Tutankamón
Para los egipcios la muerte era de suma importancia, ya que creían en la continuidad de la vida tras morir. Es por esto, que tras complicados ritos o construcciones megalíticas, se escondía una clara preocupación por extender su vida más allá de la defunción. Es más, según diversos historiadores, el uso de la piedra en tumbas y templos, solo recalca la creencia de que los egipcios intentaron mediante estas edificaciones proteger cuerpo y alma en su viaje al otro mundo. Según Henri Frankfort, “la tumba era el instrumento por el que se evitaba la desintegración de la personalidad del hombre como resultado de la crisis de la muerte” (Frankfort 1998). Por tanto, podemos decir que las tumbas, así como los rituales funerarios en el Antiguo Egipto, fueron el resultado de un profundo miedo al olvido y la desaparición tras la muerte.
Los egipcios basaron su cultura fúnebre en la creencia de la continuidad de la vida tras la muerte, como hemos comentado. Pero para esta supervivencia en el más allá, hacía falta que el cuerpo sobreviviera el mayor tiempo posible, ya que era la envoltura del alma eterna (Iniesta 2012). La momificación, embalsamación y demás formas de protección del cuerpo, eran esenciales. Preservar el cuerpo tras la muerte, posiblemente sea la base de los ritos funerarios en el Antiguo Egipto.
Los egipcios creían que el cuerpo (o Jat) y el espíritu (o Aj), se reunirían para toda la eternidad en el paraíso (Amenti). Por tanto, la momificación no es sino la forma de preparar al difunto para ser el recipiente de la energía vital (Ka) eternamente. Es por este motivo, que los muertos eran enterrados con grandes ajuares, entre los que se incluían, víveres, joyas, armas y estatuas (Ushebti), para que les sirvieran en el más allá.
El Ka regresando al cuerpo del fallecido
Este tipo de enterramientos no se daban durante la época predinástica. Antes de los grandes reyes, los fallecidos eran enterrados desnudos en posición fetal en las densas arenas del desierto. Este hecho, provocaba la lenta descomposición del cuerpo y por tanto una momificación natural de los cadáveres. Es por esto, que muchos investigadores creen que la momificación comenzó a expandirse como práctica ritual, tras contemplar cuerpos emergidos de las arenas en perfecto estado.
Las creencias de la reencarnación del alma tras la muerte provienen del mito de Osiris-Seth. La desmembración del dios, por parte de su hermano Seth repercutió en los ritos funerarios egipcios. Es por esto, que la tríada Osiris-Horus-Isis, fue la base de la concepción de la muerte en el Antiguo Egipto. Cada dios simboliza el recorrido del alma. Horus el paso terrenal, Isis la supervivencia no corpórea del alma mediante la “magia” y Osiris como la pervivencia eterna de la misma en el más allá.
El mito de Osiris es sencillo. En el principio de los tiempos Osiris era el gobernador de Egipto, gracias al legado de sus antepasados Ra, Geb y Nut. Junto a éste, estaba su esposa y reina Isis, y su hermano Seth. Diversos mitos relatan distintos motivos del asesinato de Seth a Osiris. Algunos dicen que fue por una patada de Osiris a Seth, mientras que en otros es por mantener relaciones sexuales Osiris con la esposa de Seth, Neftis. Sea como fuere, Seth asesina y desmiembra a Osiris, lanzando los trozos por todo el reino. Isis y Neftis buscan los pedazos del dios, los recomponen, y reviven con la ayuda de Tot y Anubis. Isis insufla vida con sus alas al dios, para luego copular con él y engendrar a su heredero, Horus. Pese a esto, Osiris ya no pertenecía al reino de los vivos, por lo que acaba como gobernante y señor de la Duat (reino de los muertos).
Osiris, Isis y Horus
El mito es claramente significativo. Un muerto puede vivir eternamente en el paraíso, tras recomponer su cuerpo y preservarlo para siempre. Por lo que, los ritos funerarios en el Antiguo Egipto se basaron en estas premisas.
Embalsamar o momificar era una tarea muy costosa, por lo que al comienzo solo estaba destinada para los faraones. Será durante la IV Dinastía, que la momificación comenzará a expandirse a todas las clases sociales, incluso a los animales. Esto sucedió gracias a la aparición de distintas tarifas o servicios asequibles a todos los bolsillos. Con la tarifa más barata, únicamente se quitaban las entrañas y se metía el cuerpo en natrón durante 70 días. Los reyes y reinas de Egipto por el contrario, podían costearse el servicio más caro, siendo la duración de su momificación de hasta 2 meses.
La momificación constaba de varias etapas. Se colocaba el cuerpo del fallecido sobre una mesa de piedra, donde los embalsamadores purificaban y extraían del cuerpo todos los órganos y entrañas. El hígado, pulmones, intestino y estómago eran colocados en vasos canopos, con la forma de distintos dioses. Cada vaso representaba a un hijo del dios Horus, además de proteger los órganos y representar a los cuatro vientos. Amset, protegía el hígado y era el viento del sur. Hapi, guardaba los pulmones y representaba al viento del norte. Kebehsenuf custodiaba los intestinos y representaba al viento del oeste. Y por último, Duamutef, protegía el estómago y representaba al viento del oeste.
Vasos canopos representando a los hijos de Horus

Recreación de la primera parte de la momificación
Tras la extracción, se limpiaban los orificios con vino y hierbas aromáticas, para posteriormente rellenarlos con mirra, especies y casia, entre otros. Tras coser y cerrar las incisiones, el cuerpo era sumergido en natrón para deshidratarlo, mínimo 40 días.
Recreación de la introducción del cuerpo en natrón
Una vez pasado el tiempo requerido, se lavaba y envolvía el cuerpo con vendas de lino perfumadas. Dichas vendas, estaban recubiertas de goma de acacias y otros árboles, para una mejor fijación en el cuerpo. Es durante este momento, que comienzan la liturgia de rezos, colocación de amuletos y la máscara mortuoria del fallecido. Durante toda la ceremonia, la imagen del dios Anubis está presente. Además, se realizaban conjuros y hechizos mágicos, para que el alma del fallecido pudiera llegar a la Duat sin ningún problema. Los hechizos eran extraídos del famoso Libro de los Muertos. Por lo que nos encontramos, con todo un ritual perfectamente orquestado, para facilitar el paso del alma al más allá.
Recreación del momento del vendaje y colocación de amuletos
Antes del enterramiento, se realizaba un último ritual, el más importante, la “Apertura de la Boca”, donde la momia recuperaba todos sus sentidos. El ritual, consistía en abrir la boca del alma, para que esta pudiera digerir los alimentos que le ayudasen en el recorrido que le quedaba por delante.
Una vez enterrado el cuerpo, con el ajuar, los vasos canopos, víveres y enseres del fallecido, se creía que comenzaba el juicio final del alma. Para los egipcios, el alma llegaba al Duat, donde le esperaba el dios Osiris. En la sala de las Dos Verdades, Anubis pesaba el corazón del fallecido. Si era más ligero que una pluma, el alma viviría eternamente. Pero si por el contrario pesaba más, Ammit (el Devorador de los Muertos), devoraría el corazón y la persona desparecía completamente.
Juicio de Osiris
Las tumbas, también eran parte importante de la concepción de la muerte para los egipcios. La gran mayoría estaban ricamente decoradas, con pinturas y enseres de oro. Aunque la población más pudiente solo pudiera permitirse un enterramiento menos suntuoso. La perduración del nombre y la memoria, es algo que tienen en común con otras civilizaciones del Mediterráneo, como la grecolatina. Por lo que dejar un legado cuantioso, era sinónimo de perdurar en la memoria y por consiguiente, no desaparecer nunca. La edificación de grandes monumentos funerarios, como las pirámides, fueron posiblemente la forma que tuvieron los antiguos faraones egipcios de dejar su estampa en la población, para que nunca se olvidaran de ellos y vivir eternamente.
Tumba de Tutankamón

Referencias bibliográficas
Frankfort, H. (1998): “La religión del Antiguo Egipto”. Barcelona: Laertes.
Iniesta, F. (2012): “Thot. Pensamiento y poder en el Egipto faraónico”. Madrid: La Catarata.
Wilson, J.A. (1953): “La cultura egipcia”. Madrid: Fondo de cultura económica.
Pirámides de Keops, Kefren y Micerinos


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