Los rituales funerarios en la Antigua Roma



En la cultura romana enterrar a sus muertos era un deber sagrado. La creencia, de que el alma no encontraba descanso eterno hasta que no fuesen realizados todos los pertinente ritos funerarios, estaba muy arraigada en la antigua Roma. Además, los romanos tenían la convicción de que el ánima del fallecido pasaba a otro tipo de existencia, por lo que debía ser enterrado con objetos que el difunto podía necesitar en la otra vida, a esto se le denominaba ajuar (Márquez 2006). Dicha labor era asumida la mayoría de  las veces por la familia del muerto, aunque ningún cadáver era enterrado sin recibir los ritos, puesto que todos pertenecían a la misma comunidad (fig. 1).
Así mismo, no debemos olvidar el miedo existente a aquellas almas que no tenían un enterramiento digno. Estas ánimas podían llegar a vagar por la tierra y causar estragos en aquellas personas que se encontraba a su paso, desde enfermedades hasta malas cosechas.  El miedo a los aorois (almas fallecidas prematuramente) también era una constante en la Roma clásica. Encontramos muchos indicios de prácticas y rituales extraños para intentar atar el alma de estos fallecidos a la tierra, y que así no pudieran atacar a la población. En definitiva, se tenía mucho más miedo a no ser debidamente sepultado que a la misma muerta (Márquez 2006).
Fig. 1. Grabado de un sepelio al cuerpo de un fallecido en la Antigua Roma
La visión romana de la muerte dependía también, en gran medida de que la memoria del fallecido perdurase en el tiempo, por lo que el culto al numen y nomen era esencial (Remesal 2001). Un claro ejemplo de esto, lo encontramos en los sepelios realizados a los cuerpos no recuperados, ya fuesen de naufragios o guerras. En dichas ceremonias, se realizaba el mismo ritual, como si estuviera el cuerpo presente, erigiendo posteriormente un monumento o cenotafio en honor al fallecido. Además, se colocaban epitafios en las tumbas para conservar así la memoria del difunto, y que todo aquel que lo viese, lo leyese y recordase (fig. 2).
Se tenía la creencia de que el muerto debía ser enterrado con la cabeza hacia el oeste, y los pies hacia el este, por donde nacía el sol, el cual moría y renacía cada día, aunque no siempre sucedía así. Es por esto que encontramos tumbas orientadas por lo general Norte-Sur, aunque a lo largo de los siglos, encontramos una gran cantidad de enterramientos con una orientación Este-Oeste. Este cambio de orientación posiblemente pueda deberse a las diversas variaciones que sufre la salida del sol en determinadas épocas del año, e incluso ser un tema de espacio insuficiente en la necrópolis.

Fig. 2. Distintos tipos de epitafios romanos.
Por norma general, los enterramientos eran dispuestos a las afueras de la ciudad, entre las vías de acceso de la misma. Esto es en parte para poder entrar y salir a las tumbas sin entrar en propiedades ajenas. Las tumbas monumentales romanas se ubicaban en las zonas más destacadas de la necrópolis para conformar así un paisaje funerario. En contadas excepciones encontramos enterramientos dentro de las ciudades, niños de menos de 40 días de vida o personalidades políticas y militares ilustres (Barragán 2011).
Como hemos dicho ya, los romanos sentían una gran preocupación por la correcta realización de todos los ritos que conllevaba el sepelio del fallecido. Esto conllevó a la creación de una serie de pasos a seguir tras el fallecimiento del ser querido. Estas ceremonias póstumas podemos dividirlas en: pre-deposicionales; posicionales; y post-posicionales al enterramiento.
Todo comenzaba en la casa familiar del fallecido. Si tenía un hijo mayor, era deber de este de inclinarse en el cuerpo y recoger el último aliento del difunto (Vaquerizo 2005). Tras esto, se colocaba el cuerpo en el suelo y se apagaba el fuego del hogar. Los familiares llamaban hasta tres veces al fallecido para asegurarse de su muerte, tras lo que pronunciaba el conclamatum est. Posteriormente se lavaba el cuerpo y se le colocaba una moneda en la boca para su pago a Caronte, tras lo que se exponía el cuerpo (fig. 3). Aunque sabemos que el rito de la moneda, no es algo que suceda en todas las ciudades, sino que a modo protección al alma del fallecido o como recuerdo se lanzaban monedas al cuerpo.
Fig. 3. Recreación idealizada de la exposición del fallecido en casa (Márquez 2014: fig. 3).
El cortejo fúnebre, así como los festejos tras el enterramiento podía variar en función del fallecido y su importancia en la sociedad, así como la riqueza que tuviese, pero lo más común era una procesión con los familiares hacia el lugar de enterramiento (fig. 4). Antes de enterrar al fallecido se hacían tres cosas: consagrar el lugar, echar tierra sobre el cadáver, y por último se purificaba todo para eliminar cualquier rastro de muerte. Es en este momento cuando se colocaban los diversos útiles con los que se enterraría al fallecido, es decir el ajuar.
Fig. 4. Recreación idealizada del cortejo fúnebre del difunto (Márquez 2014: fig. 4).
Tras esto y dependiendo del tipo de rito de enterramiento que se llevase a cabo, se depositaba el cuerpo. Si era una incineración se podía colocar en una pira funeraria (fig. 5), sino se enterraba el cuerpo directamente en el lugar provisto para ello.
Fig. 5. Recreación idealizada de una incineración en pira funeraria (Márquez 2014: fig. 5).

Cuando acababa el enterramiento empezaban los nueve días de luto, en los que se realizaba festividades en honor al fallecido con sacrificios, fiestas y juegos. Aunque lo que verdaderamente importaba era el culto al fallecido, con las fiestas a los difuntos y las ofrendas en sus tumbas con comida, vino, pan u otros alimentos (Márquez 2006). Estas ofrendas eran depositadas en un tubo de libaciones colocado sobre la tumba y por el que se vertía la comida o flores.
En definitiva, el mundo funerario romano es de gran complejidad. En él podemos ver reflejado las diferencias sociales y económicas de la sociedad, visibles tanto en los enterramientos, como en la necrópolis. Los cuerpos eran manipulados y enterrados por igual, pero la ubicación y el monumento erigido cambia en función del estamento social y económico del enterrado. La elección de la sepultura dependía de la tradición y las creencias de cada persona, así como la capacidad adquisitiva o la moda del momento. Pero es innegable que los romanos consiguieron cohesionar todos sus pueblos mediante la aculturación religiosa y el temor a ser olvidados. Lo que permitió difundir las ideas de ultratumba ya fuesen romanas, griegas, semitas o cristianas. Por lo que, interpretar los restos vinculados al mundo funerario es de gran ayuda, para entender y comprender a la población romana.

Bibliografía
Barragán Valencia, M.C. (2011): “Arqueología de la Muerte. Espacios y Usos Funerarios en Época Romana y Tardoantigua”, Universidad Pablo de Olavide, Sevilla.
Márquez Pérez, J. (2006): “Los Columbarios: arquitectura y paisaje funerario en Augusta Emérita”, Serie Ataecina nº2, Colección de estudios históricos de la Lusitania, Mérida.
Márquez Pérez, J. (2014): “La concepción de la muerte en Roma”. Proyecto Eméritos. Mérida.
Remesal Rodríguez, J. (2001): “Espacios y usos funerarios en el Occidente romano”, Actas del Congreso Internacional celebrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba, Córdoba/ coor. Por Desiderio Vaquerizo Gil, Vol. 1, p. 369-377.
Vaquerizo Gil, D. (2005): “La muerte en la Hispania Romana. Ideología y prácticas” en Enfermedad, muerte y cultura en las sociedades del pasado. Importancia de la contextualización de los estudios paleopatológicos. Cáceres, p. 135-158.

1 comentario:

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    Lo que permitió difundir las ideas de ultratumba ya fuesen romanas, griegas, semitas o cristianas. Por lo que, interpretar los restos vinculados al mundo funerario es de gran ayuda, para entender y comprender a la población romana.

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