Grandes mujeres de la Antigüedad. Mesalina, la emperatriz maltratada por la Historia



Desde la lectura de autores clásicos como Suetonio o Tácito se puede extraer una información muy rica e interesante, sobre todo en lo que respecta al período Alto Imperial; ya que se centran mayormente en la historia política de Roma, el emperador y su familia. Dentro de esta categoría se enmarcarían las emperatrices, aunque siempre en un segundo plano y desde una perspectiva androcéntrica. Cuando te aventuras a investigar estos relatos, resulta evidente como las biografías de estas mujeres carecen de sentido por sí mismas, suelen ser prolongaciones o anécdotas de las vidas de los hombres a los que se asocia su figura.

En este post haremos un acercamiento a la figura de Mesalina, maltratada a lo largo de la historia y calificada como ninfómana y metrix augusta.

Las emperatrices debían mantener el ideal conservador de feminidad y asumir el rol de madres y esposas, por esta razón tenían que reunir valores como la virtud, la castidad o la fidelidad (fig. 1). Pero no solo a sus esposos, sino también al Imperio, ya que en este periodo ambas figuras – Emperador e Imperio- estaban íntimamente relacionadas. De esta manera si la emperatriz muestra estas virtudes con su esposo, se extrapolarán al ámbito imperial, siendo el modelo de mujer a imitar.

Fig. 1. Fresco de una mujer con una bandeja. Villa de san Marcos, Estabias, Italia.

Este prototipo hay que comprenderlo dentro de la preocupación por Augusto por fomentar el matrimonio y restaurar la estabilidad familiar y la reproductividad. Ya que, recordamos, venían de un periodo de guerras civiles muy convulso, en el que, al estar los hombres ausentes, las mujeres cobraron un mayor protagonismo y autonomía.

Sin embargo, como iremos analizando, la realidad será mucho más variable.

Mesalina pertenecía a un linaje noble, descendiente de Octavia, la hermana del emperador Augusto. Este hecho motivó su matrimonio con el emperador Claudio, ya que posibilitaba el ascenso de Claudio al poder e impedía que Mesalina se casara con otro hombre, que rivalizase con Claudio en la sucesión imperial. Por tanto, el matrimonio fue una herramienta utilizada para el poder, viéndose como un medio para conseguir un objetivo, que les interesase a los emperadores del momento.

Con Claudio tuvo un hijo y una hija, Británico y Claudia Octavia. Esto propició que Mesalina fuera reconocida como fecunditas en las monedas y que se viera reconocido su estatus de matrona romana (fig. 2). A pesar de esto, Mesalina pasará a la historia como una de las mayores ninfómanas pero, ¿qué hay de cierto en esta suposición?

Fig. 2. Moneda con la efigie de Mesalina.

Numerosos autores se hacen eco de esta supuesta liviandad de Mesalina, por ejemplo, Dion Casio ha dejado para la posteridad las siguientes palabras:

“La propia Mesalina siguió dando muestras de su impudicia y obligaba a otras mujeres a vivir igualmente en el desenfreno. Hacía que muchas mujeres cometieran adulterio incluso en el propio palacio, donde estaban presentes los maridos y las veían. A aquellos hombres que amaba y deseaba, los honraba con honores y magistraturas; pero a aquellos otros que no prestaban a sus mujeres para aquello, los odiaba y buscaba cualquier forma de destruirlos”. (D.C. LX, 18.2)

Incluso Plinio el Viejo se vale de la emperatriz para ilustrar lo insaciable, que es el hombre en las relaciones sexuales a diferencia de los animales:

“Mesalina, esposa del emperador Claudio, considerando digna de una reina la palma ganada en una competición en este terreno, eligió para competir en ella a la más famosa de las prostitutas profesionales, y la venció con veinticinco coitos en una noche.” (Plin. Hist. Nat, X,172)

No obstante, el peor relato de la emperatriz nos lo da Juvenal, uno de los mayores misóginos de la antigüedad:

“(…) ¿Te preocupas por lo que hizo Epia, una simple ciudadana? Mira, pues, a las rivales de los dioses, escucha lo que soportó Claudio. Cuando su esposa lo notaba dormido, se atrevía a preferir la estera a su lecho del Palatino; augusta meretriz, cogía de noche la capucha y salía seguida de una sola esclava. Una peluca rubia le tapaba la negra cabellera, y ella se metía en un prostíbulo bochornoso por sus raídas cortinas, instalándose en un cuarto vacío que tenía reservado. Allí desnuda y con los pezones adornados de oro, bajo el nombre ficticio de Licisca, exhibió, ¡oh noble Británico!, el vientre del que nacieras. Acogió mimosa a los que entraron y reclamó su paga; tendida boca arriba, absorbió todos los orgasmos de muchos. Luego, cuando el rufián ya despedía a las mozas, ella se fue muy triste, y, en cuanto pudo, cerró la última su puesto. Se marchó ardiente aún por el prurito de su vagina rígida, cansada por los hombres, pero no satisfecha. Infame por sus mejillas sucias y fea por el humo del candil, llevó hasta la almohada imperial el hedor del lupanal. (…)” (Juv. Sat, VI)

Este supuesto libertinaje de Mesalina ha llegado hasta prácticamente la actualidad, momento en el que se intenta de manera más activa desprender de estos prejuicios la imagen de la emperatriz y conocer qué hay de verdadero. Las valoraciones de los autores clásicos se han convertido en prácticamente, enjuiciamientos presentes. Por ello, no sorprende que instituciones como la Real Academia de la Lengua Española considere el término mesalina como “mujer poderosa o aristócrata y de costumbres disolutas” (fig. 3). Invito a toda persona, que lea este artículo a que lo consulte en su página web.

Fig. 3. Mesalina de Joaquín Sorolla (1886).

Esta forma de actuar de Mesalina, aunque exagerada por los autores, hay que comprenderla dentro de su preocupación por preservar la vida de su hijo y la suya propia. Claudio no contaba con demasiado apoyo en el palacio, de modo que esta inseguridad provocaba, que Mesalina mantuviera una red de contactos con hombres poderosos para defender sus intereses. Aquí se enmarcaría el matrimonio de la emperatriz con Silio, cónsul y senador muy apreciado en Roma. Más que un complot contra Claudio, se trataría de un matrimonio político que aseguraba la posición de Mesalina y de su hijo Británico. Ambos contrajeron matrimonio cuando Claudio se encontraba en Ostia, a su llegada se le comunicó el acontecimiento y tomó cartas en el asunto.

Mesalina fue asesinada por orden de uno de los libertos de Claudio y, posteriormente, el Senado ordenó que su nombre y efigies fueran retiradas de cualquier lugar. Declarándose su damnatio memoriae, el peor de los castigos que podía sufrir cualquier personalidad romana y reservado para gobernadores depuestos; de modo que con ello estuvieron cerca de reconocerla como socia en el Imperio.

Pero, retomemos la pregunta que hicimos hace un momento, ¿qué hay de verdadero en estas suposiciones? Es difícil responder a esta cuestión, no obstante, lo que sabemos con seguridad es que los autores clásicos mantenían una tradición hostil hacia Claudio, descalificando constantemente, lo que afectó a la figura de Mesalina, siendo objeto de los peores adjetivos y vicios. Es más, se la representa como el enemigo que hay que combatir (fig. 4).

Esta crítica a Mesalina por parte de los autores y su representación como meretrix augusta (emperatriz prostituta), representa una preocupación por el abandono del rol femenino asociado a la domus (casa imperial). Ya que al dedicarse a asuntos públicos, se inmiscuye en espacios considerados masculinos, lo que simboliza una inversión de los roles de género. Estas razones llevan a los autores a magnificar las acciones negativas y que todo aquello realizado por mujeres tome menor importancia.

Fig. 4. Mesalina de Gustave Moreau (1874). Óleo sobre lienzo.

Y es que Mesalina ejerció una enorme influencia en Claudio, a pesar de los intentos por manchar sus acciones. Muchos fueron los que se valieron de la influencia de la emperatriz para cambiar su destino, obtener la ciudadanía romana, mandos en el ejército, etc... Asimismo, se valió de su influencia para acabar con numerosas personalidades romanas, que podían llegar a rivalizar con Claudio en el trono imperial, asegurándose la posición de su familia.

Obtuvo una situación sólida que le permitió ostentar el título de Augusta, uno de los mayores reconocimientos que podía obtener una mujer en el Imperio, aunque Claudio lo rechazó. Mesalina consiguió también un puesto central en las ceremonias públicas y se le permitió montar en carpetum.

Al declararse damnatio memoriae sobre su persona, es aún más complicado conocer su realidad y como era vista por sus contemporáneos. A pesar de ello, es posible encontrar algunos ejemplos: es el caso del Camafeo de Mesalina, donde aparece divinizada como Fortuna (fig. 5); o la escultura de Mesalina sosteniendo a Británico (fig. 6), representada según el ideal de matrona romana; e incluso en algunas acuñaciones monetarias. De este modo la iconografía se muestra como un objeto de estudio útil para conocer la realidad más allá de las fuentes clásicas, presentando una imagen muy diferente.


Fig. 5. Cameo con la imagen de Mesalina representada como la dios Fortuna. 

Fig. 6. Escultura de Mesalina sosteniendo en sus brazos a su hijo Británico.


Algo que enlaza muy bien con esto último, es la figura de Mesalina en el séptimo arte. Es por esto, que debemos hablar del papel de la emperatriz en la gran pantalla. Su historia ha sido representada en diversas obras cinematográficas y televisivas. Por un lado, en su propia película donde es la protagonista indiscutible llamada “Mesalina”, de 1951, dirigida por Carmine Gallone e interpretada por María Félix (fig. 7). En esta película, vemos como la decadencia de Roma, es vista mediante el erróneo y misógino retrato de la emperatriz. Además, se muestra como Mesalina mediante engaños y confabulaciones, usando siempre su cuerpo para ello, intenta conseguir el trono de Roma. Por otro lado, tenemos la miniserie “Yo, Claudio” emitida en 1976. Esta producción británica es una adaptación de las novelas “Yo Claudio” y “Yo Claudio, el dios y su esposa Mesalina” de Robert Graves e interpretada por Sheila White (fig. 8). En esta serie viajaremos por la vida de algunos de los emperadores más importantes y llamativos, Calígula, Augusto o el propio Claudio. Pero, lo que llama más la atención es el papel de la propio Mesalina. Se la representa como una manipuladora, que teje sus redes y consigue lo que quiere de su marido. Además, abusa de su poder y posición para poder mantener relaciones extramatrimoniales, con lo que conseguir beneficios adicionales.

Fig. 7. Mesalina (1951) con María Félix como protagonista.

Si nos damos cuenta, tanto en una producción como en otra, dan una imagen de Mesalina de embaucadora, instigadora y sobre todo, una imagen sexual desmesurada. Pero, no solo en el cine o la televisión se reprodujo la vida de esta mujer, sino que en los teatros de finales del s.XIX, también se pudo ver una obra titulada "Mesalina y Arria". El papel de la emperatriz corrió a cargo de la joven y bella Charlotte Wolter, la cual incluso ganó un premio por su interpretación (fig. 9).   

Gran culpa de que Mesalina haya sido representada de esta manera proviene de dos vertientes: la primera, la concepción que se tenía de Claudio, de modo que las mujeres acaban siendo reflejo de sus maridos o hijos y, si estas figuras tienen connotaciones negativas, esta es adquirida también por ellas. La segunda, su influencia más allá de la domus, suponiendo una alteración de la tradición romana.

Fig. 8. Sheila White en el papel de Mesalina en la miniserie Yo, Claudio (1976).

Esta visión masculina misógina y sesgada conlleva la representación negativa de la mujer y obvia su participación en las cuestiones imperiales. Lo cierto es que Mesalina, al igual que muchas de las emperatrices de la dinastía Julio-Claudia, intentarán conseguir un estatus constitucional que les permita participar en el poder, sin embargo, el poder de las emperatrices nunca llegará a incorporarse a la esfera jurídica. Este intento será el que acabe con su vida.

Habría que reflexionar cómo siglos después las mujeres siguen estando vetadas y tienen poca representación en cuestiones muy parecidas a las que hemos analizado. Y de qué manera se ha seguido excluyendo su análisis de la historia, conformando una disciplina incompleta, parcial, que no cuenta con la representación femenina.

Fig. 9. Fotografia de la actriz Charlotte Wolter y el pintor Hans Makart (1875).

Ilustraciones

Imagen inicial: Charlotte Wolter como la emperatriz Mesalina de Hans Makart (1875).

Imagen final: Mesalina en el Trono de Henri De Toulouse Lautrec (1900-1901).

Bibliografía

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- Historia romana XXXVI–XLV (Trad. José Mª Candau Morón y Luisa Puertas Castaños) Madrid: Biblioteca clásica de Gredos, 2004.

- Historia romana XLVI-XLIX (Trad. Juan Pedro Oliver Segura) Madrid: Biblioteca clásica de Gredos, 2018.

- Historia romana L-LX (Trad. Juan Manuel Cortés Copete) Madrid: Biblioteca Clásica de Gredos, 2011.

- Historia romana Epítomes de los libros LXI- LXX (Trad. Antonio Diego Duarte Sánchez) 

- Historia romana Epítomes de los libros LXXI- LXXX (Trad. Antonio Diego Duarte Sánchez)

Suetonio. (2000): Vida de los doce césares (Trad. Vicente Picón) Madrid: Ediciones Cátedra.

Tácito. (1980):  Annales (Trad. J. Moralejo) Madrid: Biblioteca clásica de Gredos.

Bauman, A. R. (1994): Women and politics in ancient rome. Taylor and Francis.

Cenerini, F. (2002): Dive e donne. Mogli, madri, figlie e sorelle degli. imperatori romani da Augusto a Commodo. Bolonia: Il Mulino.

Cid López, R. Mª. (2014): Imágenes del poder femenino en la Roma antigua. Entre Livia y Agripina. ASPARKÍA, 25.

Domínguez Arraz, A. (2017): Imágenes del poder en la Roma Imperial: política, género y propaganda. Arenal.

Hidalgo de la Vega, Mª. J. (2012): Las emperatrices romanas. Sueños de púrpura y poder ocultos. España: Universidad de Salamanca.



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